9.1.07

 

Ablación

Ablación.

1. f. Acción y efecto de cortar, separar, quitar.
2. f. Der. Sacrificio o menoscabo de un derecho.
3. f. Med. Separación o extirpación de cualquier parte del cuerpo.

La definición del Diccionario es fría, objetiva, aséptica,... nada que ver con la cruda, dura y terrible descripción que narra Ayaan Hirsi Ali en la entrevista que Yolanda Monge le hace en EP[S] de este último domingo.

Usted ha sufrido la ablación. ¿Qué edad tenía?

Cinco años. Fue a esa edad cuando mi abuela decidió que me sometiera al rito de la purificación, en contra del deseo de mi padre que no apoyaba esas ideas por considerarlas antiguas y aberrantes. Pero mi padre no estaba. Y en Somalia, al igual que en muchos países de África y Oriente Próximo, se purifica a las niñas mutilándoles los genitales. Con lo que un buen día, mi severa abuela decidió que nuestros kintir, nuestros clítoris, eran muy largos. “Tu clítoris llegará a ser tan largo que se balanceará de un lado para otro”, nos decía a mi hermana y a mí. Nosotras no teníamos ni la menor idea de lo que hablaba. Yo no entendía nada. Hasta que un día me tocó vivirlo. Recuerdo que un hombre llegó a casa; casi seguro que era un circuncisor tradicional itinerante del clan de los herreros. Primero, mi abuela se encerró con mi hermano y le hicieron algo, no sabía qué, pero había sangre y mi hermano se quejaba, tenía la cara desencajada y la mirada aterrada. Luego me tocó a mí. El hombre tenía unas inmensas tijeras en la mano. Mi abuela y otras mujeres me sujetaban. Aquel hombre puso su mano sobre mi sexo y empezó a pellizcarlo, como mi abuela cuando ordeñaba las cabras. “¡Ahí está el kintir!”, dijo una de las mujeres que ayudaban en el rito. Entonces las tijeras descendieron entre mis piernas y el hombre cortó mis labios interiores y el clítoris. Lo oí perfectamente. Clack. Como cuando se corta en una carnicería un pedazo de carne. El dolor que se experimenta no tiene palabras, me subía por las piernas, no dejaba de aullar, me invadió entera, un dolor imposible de explicar. Pero después de que te han mutilado, después de que notas cómo la sangre te corre por las piernas, me cosieron. Aquel señor tenía una enorme aguja sin punta y con ella remató su faena. La aguja pasaba entre mis labios externos. Yo intentaba defenderme, chillaba, protestaba, la abuela no dejaba de repetirme que sólo era una vez en la vida, que a partir de ahora estaría limpia, que tenía que ser valiente. No acababa nunca la pesadilla. Hasta que aquel hombre cortó el hilo con sus dientes. No recuerdo más de mi propio dolor, pero sí del de mi hermana pequeña; sus chillidos me helaban la sangre. Haweya [quien vivirá una existencia dura y acabará muriendo tras una violación en Nairobi cuando estaba embarazada] luchó tanto, intentó zafarse de tal modo, que al hombre se le escapaba de las manos. Le cortó los muslos y las cicatrices las llevó de por vida.

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