5.5.06

 

Reencuentros literarios



Cuando era adolescente yo quería ser como Arturo Pérez Reverte. Uno soñaba con ser un periodista como él. Recorrer países en guerra. Vivir el peligro. Así es que durante no pocos años uno disfrutaba leyendo de manera voraz todos sus libros. Incluso algunas de sus fotos en plan "reportero de guerra" estaban pegadas en la pared de mi habitación.

Nunca hice periodismo. Las causalidades me llevaron a otra profesión completamente distinta. Pero curiosamente el año en que empecé a trabajar compré con absoluta fidelidad el libro de turno de Pérez Reverte, pero jamás llegué a leerlo. Y no volví a comprar ningún otro de sus libros hasta ahora.

Pero "El pintor de batallas" entroncaba perfectamente con el escritor de mi adolescencia. Volvía a la guerra. Volvía a ser un reportero.

"Para quien ha vivido una guerra, el alba es señal de cielo turbio, de indecisión, de miedo a lo que va a pasar...Y el atardecer es amenaza de las sombras que llegan, oscuridad, corazón aterrorizado. La espera interminable, muerto de frio en un agujero, con la culata del fusil pegada a la cara..."

El libro no defrauda. Pero no sigue la línea de sus libros de aventuras. Es mucho más pausado, reflexivo, casi un ensayo. Un libro maduro. Terriblemente duro en algunos momentos.


"Hay seres humanos que caminan cien pasos más allá del resto, y ya nunca regresan. Luego entran en los bares y en los restaurantes y en los autobuses y casi nadie lo nota. Qué absurdo ¿verdad? Todos deberíamos llevar nuestra biografia en la cara, como una hoja de servicios. Algunos la llevan, claro. Pero no siempre los otros saben leerla. La gente se cruza con ellos y no se da cuenta. Tal vez porque ahora nadie se mira de verdad. A los ojos"

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